Aprendiendo a ser un padre más calmado

Siendo sincero, nunca imaginé lo complicado que sería mantener la calma con mi hijo, pero hace poco, junto con mi esposa, empecé a explorar la idea de la crianza respetuosa y he estado poniendo en práctica algunas técnicas que realmente han hecho una diferencia en mi hogar. Con este enfoque, las situaciones que antes me llenaban de frustración han empezado a ser más llevaderas, y mi relación con mi hijo ha mejorado.

Voy a contar una situación reciente que me hizo ver lo importante que es cómo reaccionamos. Un día, estábamos en la mesa y mi hijo estaba comiendo sopa mientras jugaba en la computadora. En un segundo de descuido, volcó el tazón entero de sopa sobre el escritorio, mojando el teclado, los papeles y todo lo que tenía cerca. Mi primera reacción fue de puro enojo. Tenía una montaña de cosas pendientes y ahora, además, tenía que lidiar con el desastre que, en mi mente, era perfectamente evitable.

En ese momento, tuve dos opciones: A) Explotar porque ya le había dicho varias veces que tuviera cuidado y que no comiera cerca de la computadora, o B) Respirar hondo, recordando que, aunque la situación era molesta, gritar no iba a resolver nada. Admito que antes hubiera optado por la primera, pero en ese momento me obligué a detenerme y mantener la calma.

La diferencia entre sobre-reaccionar y responder con tranquilidad

Algo que he aprendido en este proceso es que cuando reaccionamos impulsivamente o gritamos, solo nos enfocamos en el problema: la sopa derramada, el hecho de que no nos escucharon, el desastre que causaron. Es fácil caer en ese ciclo, pero al final no conseguimos nada positivo.

Por otro lado, cuando logré calmarme y pensar en una solución, pude ver las cosas de manera diferente. En lugar de quedarme atascado en la frustración, me di cuenta de que había una manera de arreglar todo sin necesidad de gritar. La clave está en enfocarse en la solución y en cómo podemos prevenir que vuelva a suceder.

Primer nivel: ¿Por qué me siento tan reactivo?

Uno de los mayores aprendizajes en este proceso ha sido entender por qué reacciono de forma tan explosiva en algunas situaciones. Resulta que nuestra amígdala (la parte del cerebro que maneja el estrés) se activa cuando sentimos que estamos “en peligro”, aunque ese “peligro” sea solo un plato de sopa volcado sobre la computadora.

Saber esto me ha ayudado a no culparme tanto cuando siento que estoy a punto de perder el control. Ahora, cuando me siento en esa situación límite, me digo a mí mismo: “Es solo sopa. Se puede limpiar. Mi hijo es más importante que una computadora.” Este tipo de diálogo interno me ha permitido calmarme antes de que la frustración se apodere de mí.

Segundo nivel: Practicar la paternidad consciente

Entender lo que pasa en mi cerebro es útil, pero lo más importante es aprender a mantener la calma en el momento. Aquí es donde entra la paternidad consciente, que consiste en enfocarse en lo que está sucediendo en el presente, sin dejar que las emociones tomen el control.

En este caso, en lugar de gritar inmediatamente, me aparté unos segundos para respirar y tranquilizarme antes de hablar con mi hijo. He aprendido que los niños no responden bien a los gritos; de hecho, se ponen a la defensiva o se asustan, lo que no ayuda a resolver la situación. Al darle un momento para calmarme, pude abordar el problema de una manera mucho más tranquila y eficaz.

Tercer nivel: Encontrar soluciones, no culpables

La gran lección que he sacado de todo esto es que, en lugar de enfocarnos en lo que salió mal, debemos concentrarnos en cómo podemos resolver el problema de manera constructiva. Esto es parte de la disciplina positiva, que me ha ayudado a cambiar mi manera de ver la crianza.

Por ejemplo, en lugar de decirle a mi hijo: “¿Por qué no fuiste más cuidadoso? ¡Mira lo que hiciste!”, ahora le digo: “Necesitamos limpiar el escritorio juntos y la próxima vez ten más cuidado y hay que procurar no comer cerca de la computadora.” De esta manera, él entiende la consecuencia de sus acciones y, al mismo tiempo, aprendo a no reaccionar de forma explosiva.

Reflexiones finales sobre mi aprendizaje

Ese día, cuando vi toda la sopa derramada sobre el escritorio, mi primer instinto fue gritar. Pero al obligarme a detenerme y pensar con lógica, en lugar de dejar que la emoción se apoderara de mí, pude manejar la situación de manera mucho más calmada. Y lo mejor de todo es que no me arrepentí ni un segundo.

Aún estoy aprendiendo a ser un padre más tranquilo. No soy perfecto, y sí, a veces todavía levanto la voz. Pero cada vez que aplico estos principios de crianza respetuosa, veo los beneficios. No solo se trata de evitar gritar, sino de crear un ambiente más positivo en el que mi hijo y yo podemos aprender y crecer juntos.

Si tú también estás en un proceso similar, te animo a que pruebes estas técnicas. No es fácil al principio, pero vale la pena el esfuerzo.